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10.9.15

El anhelo del cielo.

El tiempo es un regalo extraordinario. Ya lo dice la epístola a los Gálatas: "Mientras tenemos tiempo, obremos el bien para con todos" (Gal 6,10). Y también lo dice mi máxima - patente pendiente - que algunos atribuyen a Benjamin Franklin y otros, con ligeras variantes, al mismísimo Bruce Lee: "Si amas la vida, economiza tu tiempo, porque de tiempo se compone la vida".

Sin embargo, ahora que ya he superado la crisis de los 40, - siempre fui muy precoz - empiezo a notar que el misterio del tiempo esconde algo más. No digo que no esté en la plenitud de la vida; en casi todos los ámbitos me pareciera que voy ganando enteros con el paso de los años. Al margen del carácter de un viejo cascarrabias, la experiencia y la madurez ayudan por lo general a afrontar los avatares de la existencia. Pero se me antoja inevitable descubrir que el paso de los días, de las horas, minutos y segundos... tiene un sentido y conduce a algo.

En determinados momentos esa sensación se hace más fuerte. Como, por ejemplo, en la eucaristía del domingo. Cuando uno toma conciencia de lo verdadero, de lo importante. Y creo que los cristianos solemos perder la perspectiva escatológica con demasiada facilidad. ¿De qué sirven nuestros esfuerzos y nuestros afanes? Si tantas veces no vemos 'resultados' efectivos, ¿para qué seguir empeñados en un camino espiritual?



Lo que necesitamos es el anhelo del cielo. Y creo que conforme nos vamos haciendo mayores el Señor nos concede la gracia de tomar conciencia de lo que nos espera. Porque vivimos en la meta-ignorancia pensando plácidamente que sabemos qué es el cielo. Y, por el contrario, nuestra imaginación no es capaz de concebir si quiera mínimamente la realidad sobrenatural: "Como está escrito: "Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman." (I Cor 2,9)

Y es que Dios nos ama tanto, que cuando lo veamos y reconozcamos en persona, tal cual es... se nos van a caer todos los palos del sombrajo, ya os lo digo yo. El gran teatro del mundo nos da muestras; tenemos indicios de su infinito Amor. Podemos y debemos profundizar en sus misterios; meditar el anonadamiento de Belén; rememorar las enseñanzas del Hijo del hombre; revivir y celebrar su entrega por nuestra salvación; o incluso tomar conciencia de que el Resucitado nos acompaña y nos asiste el Espíritu Santo. Mas, ¿acaso todo ello podrá compararse al momento en que, cara a cara, delante de cada uno de nosotros, nos pueda decir: "Venid, benditos de mi Padre"?

Quizá toda la vida sea únicamente una preparación para ese momento. Quizá su Amor consiste precisamente en prepararnos para recibir un amor aún mayor del que ahora mismo podemos alcanzar a comprender, mayor del que podemos soportar.

No es de extrañar, por tanto, que empiece a pensar que es 'normal' semejante anhelo. Porque, además, sería absurdo negar que la vida "cansa". Queremos vivir, por supuesto, pero somos humanos. Heridos por nuestras limitaciones, siempre con tendencia a caer para después levantarnos. Comenzar y recomenzar, sí. ¿Hasta cuándo? No me quedan ya abuelos, pero voy comprendiendo esa expresión castiza de "Ay, Dios mío, llévame pronto".

Tampoco se trata de renegar o de desfallecer sino de que, como decía San Pablo, hay que 'alcanzar la meta'. Llegar al final tras haber recorrido toda la carrera y sabiendo que el Señor nos llamará precisamente a nuestra hora, ni un minuto antes ni uno después.

Conviene, en todo caso, ir pensando en lo que nos espera. ¿O acaso cuando estábamos enamorados no pensábamos en cómo sería nuestra vida de casados? Quizá no acertamos en muchas de nuestras ensoñaciones, pero el amor siempre quiere más. Además, tenemos algunas informaciones y representaciones bíblicas; no es mucho, pero quien más quien menos tiene una idea de lo que será la vida eterna.

Lo primero a destacar es el Juicio Final. Sabemos que tras el fin del mundo, antes de gozar plenamente del paraíso, habrá un evento extraordinario al que estamos todos invitados: la Parusía. Nuestro Señor Jesucristo en persona, resucitado de entre los muertos, Dios de Dios y Luz de Luz, vendrá nuevamente 'al mundo' para juzgar a vivos y muertos (o sea, a todos). Curiosamente, las representaciones de la venida suelen ser etéreas. Ciertamente Él dijo: "Y veréis al hijo del hombre sentado a la derecha del Padre venir sobre las nubes del cielo". (Mt 26, 64). Bueno, pues ya tenemos un dato: 'el día será nublado'. XD

No. En serio. Como en toda imagen hemos de suponer que es una manera de decir que tal y como subió a los cielos en la ascensión, bajará nuevamente sobre la Tierra, aunque probablemente a la vista de todos. Son efectos especiales que están únicamente al alcance de Dios.

El caso es que nos reuniremos todos. El Apocalipsis habla de los 144.000, de todas las tribus de Israel. Debía ser un número muy alto para los israelitas de la época. En nuestro siglo XXI, es el tamaño de una población bastante medianita. No se nos escapa que son 12 x 12 x 1.000 - otro simbolismo. "Muchos". Recuerdo que una de las cosas más impresionantes de la experiencia de la JMJ de Madrid en 2011 fue compartir la explanada de Cuatro Vientos con 2.000.000 de personas, según las cifras que dieron en los medios. Sin duda la mayor muchedumbre que veré hasta que llegue el Día D. Un mar de gentes, todas reunidas para presenciar la venida de ese Alguien.

¿Qué sentimientos tendremos entonces? ¿Sabremos enseguida si estamos "a la derecha o a la izquierda"? Me imagino a gente desesperada discutiendo sobre ello: "No, a su derecha, a su derecha... ¡hay que ponerse a SU derecha!". :)

No me extraña que las altas instancias hayan inventado el Purgatorio. ¿Quién puede estar preparado para afrontar el Juicio con garantías? En el fondo, todos los cristianos confiamos en las promesas de nuestro Señor. Sabemos de quién nos hemos fiado. "El que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene ya la vida eterna". Pero hasta que no oigamos de boca del Santísimo aquel "Venid, a mí" no las tendremos todas con nosotros.

Entonces sí. Será la mayor alegría de nuestra Vida. Será como cuando aprobamos el último examen de nuestra carrera, ese que nos daba derecho al título. ¡Cómo somos los humanos! No nos damos cuenta de que ya tenemos el mayor título de todos, el de ser hijos de Dios. ¿Y acaso nos dejará abandonados en el infierno? Por eso lo más importante en tener algo de fe - aunque sea un poquita - y no renegar del Espíritu; no querer voluntariamente apartarnos de Dios. No convertirnos en un nuevo Satanás.

En fin. Sea como sea llegará el momento de la gran fiesta. Imagínate. ¿Cuántos años estaremos bailando o comiendo de balde? ¿Tendremos conciencia del tiempo o será directamente "siempre así y ya está"? No sabemos qué nos espera, pero todavía podemos profundizar un poco más en los detalles que sí conocemos. Y os invito a hacerlo con frecuencia, porque no es malo reconfortarse con el premio que merecen tantos de nuestros esfuerzos y sufrimientos.

Por ejemplo, Jesús nos habló de las 'estancias' o 'moradas' que nos tendrá preparadas. Podríamos pensar que vamos a sentirnos "como en casa". Incluso diría que o cambiamos mucho o necesitaremos incluso algo de 'intimidad y privacidad', aunque no sé si esto último será teológicamente correcto. Sí que sé que para 'sentirme yo', para 'ser yo' necesitaría una cama cómoda (o similar). No obstante, algo ha de cambiar y quizá dejemos de ser yo-mortales para ser verdaderos "yo". Esta parte de la historia es la que más me cuesta, sin duda. Sabemos por la increpancia de los saduceos (que no creían en la resurrección) que en el Cielo ya no nos casaremos ni estaremos casados. Seremos "yo"- todos - Dios. Literalmente "como ángeles de Dios en el cielo".

Sin necesidad de reproducción quizá - probablemente - ya no habrá más sexo. Una pena. Pero es algo bastante claro y debería hacernos valorar mucho este aspecto que ahora sí que tenemos a nuestro alcance en la vida terrena. De las tres funciones de la sexualidad (diferenciación, lenguaje de amor y transmisión de la vida) la única que a ciencia cierta se conservará será la primera. Y lo sabemos porque la Virgen María es la única que ya goza del cielo... y sigue siendo una mujer.

¿Y el lenguaje de amor? Seguramente sea la piedra de toque de la vida eterna. No sólo descansaremos y dejaremos los problemas atrás, sino que seremos verdaderamente felices en la presencia de Dios. Y resulta que lo que da la auténtica felicidad es el hecho de amar y saberse amados. Por tanto, en el cielo sentiremos amor, mucho amor. Y seremos capaces de amar - habremos aprendido al fin - y responderemos al Amor con buen rollito permanentemente. ¿Cómo? ¡Uf! Pues otro gran misterio.

Me gusta pensar que en el encuentro con el Maestro y con la Madre habrá cariño humano. ¿Nos seguirá amando Dios 'en la distancia física' o nos dará un pedazo de abrazo como el del Padre al hijo pródigo? ¿Qué vamos a sentir cuando el mismo Dios nos dé un abrazo y un beso? ¿O cuando veamos cara a cara la belleza de la hermosísima Virgen María? Entonces nos acordaremos de las letanías del santo rosario y de los piropos que le hemos repetido tantas veces.
¿Quién se imagina dando un paseo con Jesús por el paraíso o tomando un café? Así, sencillamente,... como amigos. Porque tiempo vamos a tener de sobra, y si ahora en la Tierra tenemos ya una relación personal pues no me imagino a Dios en su despacho otorgando audiencias y dando citas para toda la eternidad. Otra vez el misterio de un dios todopoderoso.

Bromeo de vez en cuando últimamente con la idea de que necesito aprender latín para cuando estemos en el cielo. Supongo que será la 'lengua oficial', jeje... ¿qué mejor que una lengua muerta resucitada? Aunque evidentemente el idioma no debería ser un problema. En el fondo, al margen de la comunicación, se trata de algo esencial. ¿Seguirá habiendo un 'tiempo' como el que ahora vivimos? ¿Nos relacionaremos entre nosotros del mismo modo? ¿Cómo afectará la relación con Dios, con el Viviente, a las relaciones entre los hermanos? ¿Y qué pasa con los ángeles?

En el libro "El cielo es real" del niño de cuatro años que - supuestamente - estuvo de visita en el paraíso se sugiere la posibilidad de que los adultos del cielo, además de tener alas y túnicas de diferentes colores [...], nos convirtamos en una especie de ejército a las órdenes del arcángel San Miguel. Pensándolo fríamente... ¡molaría! Darle un poco de emoción a la existencia eterna, sabiendo que ya no podremos morir y que el bien siempre triunfará sobre el mal. Lo importante, de cualquier modo, es que quizá haya alguna sorpresa. Al fin y al cabo, seguiremos estando vivos.. y la vida se trata también de emoción.

Por supuesto, tengo que hacer mención a un 'entretenimiento' predilecto en las escrituras, noble, perfectamente transportable a las alturas, tanto que ya se practica de forma cotidiana allí: la música. No en vano creemos que cada vez que cantamos el Santo en la misa nos unimos a los coros de los ángeles. ¿Os imagináis las posibilidades? Espero que las habilidades musicales no solo se conserven sino que puedan seguir mejorándose y disfrutándose por los siglos de los siglos. :D

Y aún queda un último punto que resulta inquietante. La parábola del rico Epulón nos deja claro que no habrá medias tintas, y que el abismo entre cielo e infierno será total y definitivamente insalvable. Aquellos que tras el Juicio queden fuera de la presencia de Dios no podrán ya hacer méritos, lo cual nos devuelve a la importancia de la primera idea: "Mientras tenemos tiempo, hagamos el bien".
¿Pero qué ocurre con las personas que apreciamos, que queremos mucho incluso, y que no siguen un camino que parezca conducir a la salvación? ¿Tendrá Dios misericordia de todos haciendo tábula rasa, incluso incumpliendo sus 'amenazas'? ¿No sería entonces un dios injusto? ¿Acaso puede Dios dejar de ser fiel a sí mismo?

En consecuencia, tendríamos que decir que la alegría de reunirnos con nuestros seres queridos en el cielo no debería verse empañada por la tristeza de los ausentes. Por eso es tan importante rezar por los alejados; yo pido mucho por la fe de quienes me importan - quizá incluso de un modo algo egoísta - porque no me imagino estar en el cielo sin poder compartirlo con mis hijos, por ejemplo. ¿Puede ser la felicidad completa y al mismo tiempo excluyente? Sin duda, otro misterio.

Pienso que esta última reflexión no debe menos que encender nuestro celo apostólico. Sentirnos llamados a la misión, a la corresponsabilidad en la salvación de nuestros hermanos. Si tenemos la mirada puesta en la vida eterna, en el "mirador de la muerte" del que hablaba Pablo Domínguez, todo encontrará su lugar y podremos tener conversaciones, celebraciones, encuentros y ocupaciones que de verdad valgan la pena.

Y, finalmente, como tenemos por seguro que algún día faltaremos, mejor estar preparados y no olvidar que la hermana muerte es una gran amiga y aliada, que nos ayuda sencillamente a pasar de esta hermosa vida a una todavía mejor y más fascinante. ¡Que así sea!

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Os dejo una canción que debe ser de las más hermosas entre aquellas que transmiten este anhelo del cielo. ¡Ay, si fuera la banda sonora de nuestra vida!


Música: "Cara a cara" - Marcos Vidal.