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9.9.14

El que no se haga como un niño...

Lo siento: me estoy haciendo mayor. Así lo siento.
A mis 37 primaveras me piden que no lo diga. Me preguntan que si es verdad...

Quizá sea un demonio mudo y triste, que me hace estar 'de vuelta' de muchas cosas. Quizá es que he perdido la ilusión por cosas buenas que se repiten una y otra vez en mi vida.
¿La crisis de los 40? He estado leyendo sobre el tema y creo que no, que va un poco más allá. Aunque quizá es simplemente que quiero seguir siendo "especial", no como todo el mundo. Libre de toda normalidad.

Si analizo algunos hechos significativos de estos últimos años puedo detectar varios puntos de inflexión importantes. Algunos "cracks" interiores, no todos con la misma relevancia:

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2010. Fractura de tibia y peroné. La enésima lección sobre que las decisiones tienen consecuencias. En aquel caso interioricé que "ya no estoy para aprender determinadas cosas".

2011. Gran lección sobre la "humildad". El conócete a ti mismo y reconoce lo poco que eres.
Cambio de chip espiritual.

Sin embargo, al mismo tiempo... encontronazos con el mundo ateo. Incompresiones.

2012. Debut de diabetes tipo I. A la responsabilidad y el peso de la crianza se añade una nueva cruz de cada día.

2012/13. Muy mala experiencia con un proyecto ilusionante (me decían que demasiado). Gente conocida a través de las redes que te hace quedar como un tonto. Malentendidos. Mal rollo. Destrucción de una amistad que había llegado a ser importante (quizá demasiado).

- Director espiritual (de 6-7 años) a la fuga.

2013. Otra vez problemas con las relaciones personales. Proyectos incumplidos, incluso en el ámbito de la pastoral. Los egos que afloran, el desánimo del mundo idealizado que cae.

- Cambio laboral importante.

Errores propios y ajenos me llevan a situaciones límite que nunca habría imaginado.

2014. Más situaciones sin solución aparente. Desilusión. Modo Zen.


Y mientras tanto... aciertos y errores en lo más importante: mi familia. Problemas menores pero constantes. Resoplidos. Hitos no alcanzados. Objetivos incumplidos e inacabados.

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Quizás todas estas cosas hacen que esté "cansado" en ocasiones.
Con frecuencia el día a día se me hace pesado. Cansado de mí mismo, diría.
Perdí la ilusión en casi todos los eternos proyectos que solía tener en el tintero. ¿Para qué?

Antes utilizaba vías de escape. Ahora ni siquiera espero nada de eso, sino que creo que no debo escapar.

A lo mejor es simplemente culpa de mi carácter, que se va agriando con el tiempo (aunque sólo para los más cercanos).

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Señor, quiero volver a ser como un niño. Devuélveme la inocencia de pensar que mi vida importa, que lo que haga o deje de hacer sí que es importante para los demás, aún a sabiendas de que todo lo bueno procede de Ti.






1.9.14

Juicio a Dios.

Cuenta C. Vallés que hace algunos años aficionados al teatro asistían, con un silencio profundo, a una obra de teatro en que se acusaba y juzgaba a Dios por los sufrimientos que había infligido a la humanidad.

El fiscal habló de guerras y violencias, hambre y destierro, enfermedades y muerte. Los testigos se alineaban en una fila tan larga como la humanidad misma. Dios, representado por un hombre, no se defendía, no tuvo abogado, no interrogó a los testigos; se limitó a permanecer de pie, en silencio, en mitad de la sala, a la espera de la sentencia final.

Por fin el juez se levantó, resumió las acusaciones, las sopesó y, dado que el imputado no respondió a las acusaciones, pronunció la sentencia final: Dios era condenado a nacer como cualquier hombre, a sufrir pobreza, a ser desterrado, a ser malentendido, calumniado, insultado, perseguido, traicionado por sus propios amigos y abandonado por todos, a ser brutalmente torturado y a morir con muerte violenta en la flor de su vida.

La sentencia resonaba en la sala. Se hacía el silencio. Un largo y apretado silencio. Y allí acababa la obra. Todos cayeron en la cuenta de que Dios había ya cumplido la sentencia.

(Tomado de una colección de cuentos católicos).