rss
email
twitter
facebook

1.9.14

Juicio a Dios.

Cuenta C. Vallés que hace algunos años aficionados al teatro asistían, con un silencio profundo, a una obra de teatro en que se acusaba y juzgaba a Dios por los sufrimientos que había infligido a la humanidad.

El fiscal habló de guerras y violencias, hambre y destierro, enfermedades y muerte. Los testigos se alineaban en una fila tan larga como la humanidad misma. Dios, representado por un hombre, no se defendía, no tuvo abogado, no interrogó a los testigos; se limitó a permanecer de pie, en silencio, en mitad de la sala, a la espera de la sentencia final.

Por fin el juez se levantó, resumió las acusaciones, las sopesó y, dado que el imputado no respondió a las acusaciones, pronunció la sentencia final: Dios era condenado a nacer como cualquier hombre, a sufrir pobreza, a ser desterrado, a ser malentendido, calumniado, insultado, perseguido, traicionado por sus propios amigos y abandonado por todos, a ser brutalmente torturado y a morir con muerte violenta en la flor de su vida.

La sentencia resonaba en la sala. Se hacía el silencio. Un largo y apretado silencio. Y allí acababa la obra. Todos cayeron en la cuenta de que Dios había ya cumplido la sentencia.

(Tomado de una colección de cuentos católicos).

0 comentarios: