Vamos a ver. Mi bandeja de entrada se está llenando de correos que felicitan la Na(ti)vidad. Esta noche es Nochebuena, sí... pero ¿tanta celebración a cuénta de qué? Nuestro mundo es cada vez más complicado, más vertiginoso, y parece que precisamente este año tenemos poco que celebrar.
¿Por qué nos vamos a acordar ahora del nacimiento de un Mesías, de un profeta o de un gran hombre? ¡¿Dos mil y diez años después?! ¿Tiene este algo de sentido, tiene que ver algo conmigo y contigo?
El lenguaje cristiano nos traiciona. Porque en los mensajes se repiten frases cargadas de significado que nos pasan por alto: "...que el Niño Dios vuelva a nacer en nuestros corazones...".
El corazón. "La mayor parte de la gente no lleva a Dios en el corazón", me respondían a una felicitación reenviada. Y es verdad. Porque nuestros "corazón" no es un músculo cardiaco, sino que supone una realidad misteriosa de nuestro ser persona. Creer que estamos dotados de corazón supone pensar que somos algo más que carne, conexiones nerviosas y hormonas. Algo más que sentimientos y pensamientos. Es pensar que poseemos un alma inmortal que es la que nos anima y nos otorga libertad. Porque es que, además, nuestro corazón lo podemos llenar o vaciar de personas y cosas; podemos ocuparnos y preocuparnos de los demás (o no), podemos dedicar nuestro tiempo y nuestras energías a los demás (o no), podemos abrirnos a la presencia de Dios (o no). Y esto implica una concepción de la persona como un todo sensible con inteligencia y voluntad, capaz de amar.... o no. Corazón-alma-amor van de la mano, porque todos hemos experimentado alguna vez qué es eso del amor, pero lo podemos digerir como lo que es o como un gran engañabobos sentimental.
Por tanto, si existe Dios, la manera que tenemos de relacionarnos con Él es a través de nuestro yo-más-íntimo, de nuestro corazón. Y hoy - sí, después de tanto tiempo - lo que celebramos no es otra cosa sino que Dios existe y que no nos ha abandonado. Eso es lo que creemos los cristianos, porque el Niño de Belén es el mismo que por nosotros murió en una cruz y resucitó, para salvarnos del vacío y del absurdo y sinsentido del no-ser. Al establo se llega siguiendo un camino inverso, rebobinando la historia del Cristo... o no se llega.
Ese Dios vivo e intemporal es el que quiere "volver a nacer". Igual que aquel día quiso -por amor y nada más- encarnarse en un pequeñín, su voluntad es siempre la de formar parte de nuestra historia. Habitar nuestro corazón, que no es otra cosa que dejarle formar parte de nuestros pensamientos y emociones. "Abrid las puertas a Cristo" - es la idea. Llevar a Dios, tenerle presente en nuestras vidas.
Si hiciéramos esto... ¡qué alegría! Porque el encuentro con Dios no puede dejarnos indiferentes. El Niño-Dios pobre del pesebre tiene el poder de transformarnos y de cambiar todos nuestros humanos esquemas. Y, como por añadidura, la paz, la bondad y el amor... (¡el buen rollito!) nos hace dibujar una sonrisa y nos colma de una felicidad compartida.
Pues eso es lo que yo deseo para tí esta noche... y todas las demás noches.
0 comentarios:
Publicar un comentario