La Palabra de Dios es una fuente inextinguible de vida: «Es más lo que dejamos que lo que captamos, tal como ocurre con los sedientos que beben en una fuente» (San Efrén).
Ante el cristianismo el mundo occidental se suele dividir en dos grupos: los etiquetados como #creyentes y - en definitiva - aquellos que no creen que Dios tenga nada que decir en sus vidas. Por desgracia, considero que ninguno de los dos llega a reflexionar acerca de las consecuencias últimas de su fe (o de su ausencia de fe) y de las controversias entre las creencias, el razonamiento científico y las propias actuaciones personales que las diferentes posturas implicarían. El reto llamado "vida coherente", el ser consecuente con lo que uno piensa, sigue siendo la gran tarea pendiente en el nuevo milenio.
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